Real Time Web Analytics Bruselas10: 2008

martes, 23 de diciembre de 2008

Espiados


Leo en un blog técnico que el Internet a través de los teléfonos móviles va a verse muy potenciado por la extinción definitiva de la televisión analógica. La Comisión europea ha dado ya su visto bueno al formato de TV para móviles, y todo parece indicar que nos encontramos en puertas de una nueva revolución digital: Internet completo y en el bolsillo.

Nada que objetar: Yo soy de los que creen que en un futuro más o menos inmediato, la información, en formato multimedia, la llevaremos a cuestas.

Lo que no me parece nada bien son los abusos que se vislumbran ya de esas nuevas tecnologías. Leo en un periódico económico que una empresa alemana ha puesto a punto una tecnología para saber en todo momento qué sitios de Internet visitan los usuarios de teléfonos móviles. 2009, según la información, va a ser determinante para escoger el modelo de negocio que servirá con el Internet móvil. El director de Estrategia de uno de los principales institutos de mercado del mundo, GfK, el cuarto a escala planetaria, asegura disponer ya de la herramienta correcta “para seguir con precisión el recorrido de usuario de Internet móvil”. La técnica consiste en “situar sondas en la red de un operador, mediante las que podemos descubrir la hora de conexión, la página visitada, el tipo de terminal conectado, el tiempo transcurrido…” ¿Qué hacer con toda esa información?: “preservando la identidad del internauta móvil, se puede hacer llegar al operador, de manera que este les ofrezca a los anunciantes la mejor medición posible del impacto de sus anuncios”.

Yo no sé lo que pensarán ustedes, pero a mí, esta historia me parece una aberración. Como periodista, he tenido que contarles a los lectores un montón de veces las vicisitudes de la Directiva de Protección de Datos y ahora me encuentro con que unos espabilados están en condiciones de coleccionar datos de comportamiento de usuarios por Internet, a efectos publicitarios. Sí, ya sé que Google lo hace habitualmente, pero yo puedo utilizar ese motor de búsqueda, o no.

De lo que hablamos ahora es distinto: se trata de que una empresa de análisis de mercado, en connivencia con mi operador de Internet, subrepticiamente, coleccione enormes volúmenes de información de los usuarios de la Red. El número del teléfono que navega por esas páginas está incluido en esa información, pero GfK dice que “preservará el anonimato” del usuario, cuando comunique los datos a los operadores para que estos, a su vez, les digan a los anunciantes cómo y por dónde tienen que orientar su mensaje. GfK supongo, estará sometida a la Directiva de Protección de Datos pero, qué quieren que les diga, a mí, que llevo décadas manejando datos con ordenadores, no me reporta ningún consuelo.

Estoy convencido de que permitir estas prácticas es nocivo para la libertad individual. No debería estar autorizado coleccionar información sobre los hábitos de las personas. Se trata de información sensible que un día puede ser utilizada por los anunciantes, otro por los políticos y un tercero por los dictadores o por cualquier enemigo de las libertades individuales. Con resultados catastróficos. El otro día discutía de este asunto en casa, con unos amigos: me tachaban de retrógrado. Por lo visto, es el progreso y hay que apechar con sus servidumbres. Yo no lo creo así, sobre todo porque las nuevas tecnologías, estas del rastreo por Internet combinadas (que se puede) con las RFID (siglas de Radio Frequency Identification Device, pequeñas etiquetas adheridas a todo género de objetos que transmitirán información a unas microantenas desplegadas por cualquier lugar, y por ellas a enormes bancos de datos), van a desnudarnos mucho más que el scanner ese de los aeropuertos. Y una vez desnudos, ya nos vestirán otra vez los publicitarios, y nos volverán a desnudar cuando nuestra ropa sea identificada públicamente (por un error del sistema, claro) como de la temporada pasada, a través de las etiquetas RFID.

¿No me creen?. Al tiempo.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Pícaros


En estas épocas de aguinaldos, sigue maravillándome la picaresca humana, que como todo el mundo sabe no nació en el patio de Monipodio sino en Picardía, que está muy cerca de aquí, subiendo hacia la costa, a la izquierda.

Hay una costumbre parcialmente consentida por las autoridades belgas que consiste en que los servicios públicos –o gentes que dicen que los representan- te vienen por estas fechas a casa, a sacarte los cuartos. Durante el resto del año te los saca el Estado, porque Bélgica es un país muy caro y pone precios exorbitantes a lo que te da.

Pero el caso es que es habitual ver estos días el desembarco de personal de la basura, de bomberos, de Correos, hasta algunos que dicen ser de la policía… pidiéndote unos euros con excusas diversas: que si la revista para los jubilados del Cuerpo, que si tararí, que si tarará.

Yo no sé lo que pensarán ustedes, pero si se te presenta un bombero en casa diciéndote que el abono a la publicación “equis” cuesta tanto al año, pero tanto menos al trimestre y nadie te dice nada si pasado el primer periodo te olvidas, pues te quedas con el trimestre. No vaya a ser que se te queme la casa y te vengan con la manguera seca.

Y otro tanto con los esforzados chicos de las basuras, que ves pasar por tu calle a las 7 de a mañana recogiendo las bolsas de plástico a un ritmo propio de titanes. Son pocos, les asignan recorridos largos y el camión pasa a toda leche para cubrir con la cuota de calles que el capataz le ha asignado. Aquí no hay contenedores de basuras y los vecinos tenemos que almacenarla en bolsas de distintos colores según el género, y guardarlas en casa hasta que toca retirarlas. El papel y el cartón van en bolsas amarillas; cristal, tetrabricks, plástico y metal en azules; y basura orgánica en blancas. Las de los primeros dos tipos las retiran los basureros una vez a la semana (al menos en el barrio en el que yo vivo), y las segundas, dos. Las bolsas salen a 55 de las antiguas pesetas según donde se compren.

Lo de Picardía viene a cuento de la gente que haciéndose pasar por policía, bombero o basurero, se te presenta en casa, cobra y desaparece. Cuando vienen los legítimos, y les dices que ya han pasado, se monta la marimonera: ¡Huyyyy!. ¿Cómo eran? ¿Y cuándo han pasado?… Y ahí te ves describiendo a un personaje sobreexcitado la fisonomía del pícaro, a la puerta de tu casa, en camisa y a 2 bajo cero.

Luego, además, resulta que hay cuerpos de servidores públicos que no autorizan a sus agentes a recaudar propinas, como la policía, pero gente que dice representarlos se te sigue presentando en casa año tras año, y te venden unas pegatinas muy aparentes de colaborador que algunos pegan en los parabrisas, esperando un trato más benévolo con las multas de aparcamiento. Craso error.

Que yo sepa, los basureros que pasan a por el aguinaldo son legítimos; el resto, no, pero siempre se les adelantan. Deben tener algún infiltrado en el servicio.

Los que también lo tienen bien organizado son los otros profesionales de la mendicidad. Hay en Bruselas una banda, quizás varias, que circula en furgoneta depositando en lugares clave, pronto por la mañana, a las mendigas del harapo y el bebé. Primero sacan el plástico sobre el que se sienta la mendiga, luego a la mendiga y al final al bebé. Unas cuantas horas después, la misma furgoneta pasa a recoger al agente y al beneficio recolectado. 

lunes, 15 de diciembre de 2008

Taburetes


Asisto con un punto de estupor al debate que se ha suscitado en Italia, a cuenta de la tributación de las trabajadoras de la vida. Sí, esas. Que si el Estado debería buscar sus ingresos por otro lado, que si se trata de una pantalla de humo para esconder temas más enjundiosos…
Siempre he pensado que el Mediterráneo templa mucho más que el Mar del Norte, que corta como un cuchillo. Juzguen si no: en Bélgica, cuya costa está bañada por el Mar del Norte, el ejercicio de la prostitución es legal, pero las que la ejercen, para poder beneficiarse de coberturas sociales y otros derechos laborales, tienen que registrarse como “masajistas” u otra actividad laboral homologada. La de puta, a secas, no lo está. Las que se registran tienen sus derechos frente a la explotación de los patronos, por ejemplo. las que no, no, pero tampoco se las puede cobrar impuestos.
En estos tiempos de trata de seres humanos, el esclavismo sexual está a la orden del día. Hay ayuntamientos que ven evolucionar ante sus narices lo que parecen ser próperos negocios, pero no pueden tasarlos y las investigaciones policiales, sobre todo cuando llevan emparejadas requisitorias internacionales, se eternizan. Pero en Crisnée, una pequeña localidad de la region de Lieja, los regidores municipales han dado con una fórmula original para tasar la actividad que tiene lugar en este género de establecimientos. Como no pueden poner impuestos ni a las señoras ni a sus patronos, pues ni ellas ni ellos tienen registrada actividad homologada alguna, han decidido poner una tasa por cada taburete adosado a la barra del bar. A 2.000 euros el primer taburete y los demás en progresivo descenso.
Bueno, el taburete o todo lo que sirva para apoyarse, sentarse o descansar, que es valorado como lo que en otros entornos son indicadores de riqueza.
Y la cosa marcha. Vaya que si marcha.

domingo, 7 de diciembre de 2008

Vinilos


Hace poco más de un año les contaba a ustedes que el vinilo –ya saben, las viejas ‘galletas’ de 33 o 45 revoluciones por minuto, y de 78 antes, en las que la música nos venía envasada antes de que la industria descubriera los CDs- estaba de vuelta; que cada vez había, al menos en Bruselas, más locales en los que se vendían los viejos discos a precios muchas veces de derribo.

La verdad es que aquella estimación fue premonitoria porque estos últimos meses, el fenómeno del que entonces les hablaba se ha consolidado hasta extremos insospechados. Hoy es el día en que los mejores comercios del ramo ofrecen vinilos reeditados, a veces a partir de viejos masters analógicos, a veces de nuevos remasterizados.

Se trata de un fenómeno de amplitud todavía limitada, pero aparentemente consolidado. Por lo que he leído, incluso las grandes discográficas podrían estar detrás, experimentando con la fórmula para combatir la piratería. Copiar un disco de vinilo no es fácil; sus calidades musicales, las que los hacen tan apreciados por los melómanos, desaparecen en buena medida cuando son transferidos a cinta y las pletinas modernas que disponen de una salida USB por donde, una vez digitalizada, la señal es transferida a un CD, adolecen de los problemas de siempre: tienen que ser muy buenas, lo mismo que el grabador de CD, para que la calidad del sonido resultante esté a la altura. Y todo eso cuesta muchísimo dinero.

En Bruselas, hoy, en el marco de este revival del vinilo, ha tenido lugar una feria de viejos discos. Era su segunda edición. El lugar escogido era la Galerie Ravenstein, frente a Bozar, uno de los templos bruselenses de las artes. Me he acercado por la mañana: había muchísimo material, casi todo él de segunda mano, clasificado por géneros y épocas. Y una multitud de aficionados dispuestos a invertir horas revolviendo en todo aquel batiburrillo, en busca de viejos tesoros.

No he podido dejar de pensar en los catálogos de vinilos dispuestos en Internet, con sus poderosas bases de datos incorporadas, que te permiten localizar una aguja en un pajar en fracciones de segundo, o en los modernos servidores de música que almacenan decenas de miles de canciones sin compresión en discos duros de enorme capacidad, y que te los ponen al alcance de los oídos con una ligera presión de los dedos sobre un mando a distancia que parece el cuadro de mandos de una nave espacial en una película de ciencia ficción. Y no se sabe muy bien quién ha copiado a quién: si los de la película a los del mando, o viceversa.

Pues el caso es que allí estaba aquella variopinta parroquia, discutiendo sobre la calidad de conservación de tal o cual cubierta o regateando precios que, no crean, no, tampoco permitían grandes alegrías. En determinadas estanterías de ‘rarezas’, las piezas andaban por los 50 euros, y aún más.

La verdad es que para un rato la situación resultaba simpática. Dedicarle más tiempo a la cosa requería unos niveles de entusiasmo que a mí me faltaban. Frente a la compra de música con el ratón del ordenador, bucear durante unos minutos en aquel montonazo increíble de soporte musical físico te transportaba a otro mundo.

Los organizadores del evento parecen tener claro que el mercado pide algo de esto: hasta noviembre del año que viene hay programados más de treinta actos como este en todo Bélgica. Dentro de un año les diré si se programan más ferias de estas o no, es decir, si el fenómeno va al alza o si retrocede.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Hong Kong


Me he quedado bastante sorprendido por la respuesta que el diputado Ignasi Guardans ha dado a mis interrogantes del post “Bombay”. Me dice que él y sus otros seis compañeros de delegación estaban allí para “verificar cuáles son la preocupaciones de la India en las negociaciones en curso en la Organización Mundial de Comercio, y otro tanto en el acuerdo bilateral con Europa. En ambos se juegan mucho también las empresas y los consumidores españoles. El control parlamentario de estas negociaciones las hace más transparentes y democráticas, sacándolas de los cenáculos tecnócratas tantas veces criticados”.
Mi sorpresa responde a un hecho sencillo: el Parlamento europeo carece de competencias en materia de política comercial. Las cosas, en este terreno, pasan de la siguiente manera: la Comisión formula propuestas a los Estados miembros. Estos las discuten en el Consejo de ministros y otorgan a la Comisión un mandato negociador, cuya evolución es analizada en el seno de comités competentes, y en el propio Consejo. Al Parlamento sólo se le consulta después, y no en el marco de un procedimiento que le confiera poderes coercitivos reales. Les adjunto en un fichero aparte los artículos correspondientes al caso del Tratado de Niza, que es el que está en vigor, por si les pica la curiosidad.
En fin, que Guardans y los suyos estaban allí llevados -vamos a decirlo así- por una sana curiosidad, más que porque sus responsabilidades se lo exigieran. Cuando uno tiene responsabilidades públicas, las afronta con fondos públicos. Pero es raro que alguien tire de fondos públicos, aprestados por los contribuyentes, para cometidos que no están respaldados por una responsabilidad pública. Guardans y los otros seis lo ha hecho y a mí no me vale como justificación que me digan que la India vive un momento interesante y que hay que estar allí para sacar los debates comerciales de los círculos tecnócratas. ¿Cómo va a hacerlo el señor Guardans, si nadie le va a llamar para que ejerza autoridad en esta materia, de la que carece institucionalmente?. A mí también me gustaría conocer el momento que vive la India, pero mi director no me paga el viaje -menos en primera y aún menos con estancia en un hotel de lujo-, y me tengo que quedar con las ganas.
Yo publiqué el post de Bombay porque lo de los viajes de sus señorías es bastante escandaloso. Lo de Guardans no tiene justificación, por mucho que él se empeñe, pero, a fin de cuentas, su curiosidad viajera a costa del contribuyente es pecata minuta en comparación con el viaje a Hong Kong, en diciembre de 2005, de otra delegación de comercio exterior de la Eurocámara. Allá, hace casi tres años, con motivo de una ministerial (no una cumbre, sino una reunión de ministros de Comercio), de la OMC, que se veía acompañada de una reunión parlamentaria, se fueron treinta (¡30!) europarlamentarios. En primera, claro, y a hoteles de lujo. Y otra vez se invocó una materia, la política comercial común, sobre la que el Parlamento europeo carece de competencias.
Guardo en mis archivos los minutos de las Conferencias de Presidentes (de grupos políticos) en las que se decidió aquel disparate. Se narran en ellos cómo el Consejo había propuesto a la Eurocámara que fueran 26 de sus miembros, y cómo la cifra fue aumentada hasta 30 por los responsables de la Eurocámara.
Y se dice también que la misma Conferencia de Presidentes autorizó a 8 miembros de la Delegación a desplazarse a la provincia china de Guandong, la antigua Cantón, la provincia más poblada del sur de China, “probado que no se rebasaban los márgenes presupuestarios” del viaje a Hong Kong.
Estoy seguro de que había margen suficiente: el vuelo a Hong Kong en primera, desde Bruselas, sale por entre 11.976 y 12.063 euros.
Y todo ello, además, teniendo en cuenta que, según las “Reglas de viajes para delegaciones de comités más allá de las tres plazas de trabajo”, adoptadas por el Buró de la Eurocámara el 2 de octubre de 2000, ningún comité parlamentario está autorizado a viajar fuera del territorio de la Unión. Ni el de Hong Kong, ni el de Bombay.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Bombay


El eurodiputado Ignasi Guardans (Liberales del Parlamento por Convergencia Democrática de Cataluña) ha montado una buena escandalera por la descoordinación de la UE en el rescate de los europeos atrapados en Bombay (India) cuando los úlktimos atentados atentados terroristas.

Dice Guardans, y no parece que le falte razón, que aquello ha sido un caos: que el alemán vino a llevarse a los alemanes, que Esperanza Aguirre se fue corriendo, que en el avión español no cabían todos los españoles que debían ser evacuados…

Esto del Airbus español a mí, personalmente, me ha parecido una chapuza. Había más de 60 españoles en Bombay, pero esas eran las plazas disponibles en el avión. Se trata de la última gran adquisición del Ala de Transporte de personalidades del Estado español, (creo que es el Escuadrón 45). Sólo hay uno de esos airbuses. Lo adquirieron para sustituir a los dos viejos “707” que, a pesar de haber sido remotorizados, daban muchos problemas. Es el avión que utilizan el rey y el presidente del gobierno en desplazamientos largos. Tiene dormitorio, salón privado y creo que también ducha. De ahí que sólo quepan 60 personas más.

Pero si lo del avión español no me queda claro (hubiera sido más coherente fletar un charter con 200 plazas que andar mendigando asientos en el avión francés), lo que tampoco me cuadra es lo de Guardans en Bombay. Que yo sepa, este eurodiputado se encontraba al frente de una delegación de otros seis miembros de la Eurocámara, ocupada en asuntos de comercio exterior.

Cuando Guardans empezó a hablar desde Bombay, los periodistas de Bruselas intentamos saber qué pasaba con esta historia y descubrimos que el viaje de la delegación parlamentaria a la capital económica de la India no era conocido en amplísimos estratos de la institución,

Que el Parlamento europeo tenga a 7 personas en un hotel de lujo de Bombay discutiendo de comercio exterior es, cómo decir, ¿exótico?. Sobre todo si se tiene en cuenta que los viajes intercontinentales de los eurodiputados se efectúan en primera. En Lufthansa sale a 7.985 euros ida y vuelta por plaza el vuelo a Bombay. No sé si la delegación europea ha utilizado esa compañía aérea, pero es una de las que lo pone más fácil desde Bruselas.

¿Qué pintaban Guardans y los otros 6 europarlamentarios en Bombay? ¿Era su viaje realmente necesario para el normal desenvolvimiento de las relaciones comerciales entre la UE y la India?. ¿Qué criterios se siguen para decidir estos desplazamientos y que seguimiento se efectúa de sus resultados? 

viernes, 28 de noviembre de 2008

Bicicletas


El Gobierno de Bruselas ha decidido adoptar una medida que ya practican algunas administraciones locales y que suele ser objeto de grandes controversias: prohibir la circulación de vehículos en momentos de fuerte contaminación.
La medida será de aplicación a partir del 1 de enero próximo. Implicará la prohibición alterna de vehículos (matrículas pares o impares, un día tras otro), cuando se alcancen índices de contaminación atmosférica particularmente graves.
En esas situaciones, el transporte públlico será gratuito.
Los regidores públicos aseguran que la medida, sin duda impopular, estará en vigor muy pocas veces, porque las condiciones de contaminación que justificarán su activación sólo se dan una vez cada dos años y medio.
Los belgas ven con mucho recelo este género de disposiciones que suelen presentarse como prácticamente sin incidencia porque, una vez asumido el principio, no hace falta más que cambiar los requisitos que activan la medida para que termine haciéndose omnipresente. Es la historia de los días sin coches: en la mayor parte de Europa son de seguimiento voluntario, pero en Bruselas se aplican a rajatabla, con la policía patrullando por las calles por si algún incauto decide salir en coche. De nada sirven las protestas de los comerciantes (restaurantes, locales abiertos los domingos), por el perjucio que estas decisiones causan a sus ingresos.
El Gobierno de Bruselas y las administraciones comunales (19 en toda la ciudad) están embarcadas en una gran operación de mejora de aceras y de calles. Y allá donde entran las excavadoras, las cosas no vuelven a quedar igual para los coches: direcciones prohibidas en tramos minúsculos con el objeto de hacer imposible la circulación en doble sentido, omnipresentes radares de tráfico, multas constantes, calles enteras reservadas exclusivamente al transporte público… La impresión que extrae el automovilista es que hay una política establecida para hacerle la vida imposible.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Iniciados o espabilados


El ministro belga de Exteriores, Karel De Gucht, está en medio de una tormenta política. Pocas horas antes de que Holanda nacionalizara los activos nederlandeses de Fortis, el gran banco belgo-holandés depositario de las esencias de Bélgica (antes se denominó la Societé Générale de Banque, y formaba parte de un holding del que se decía que sus actividades se correspondían con el 25% del PIB belga), su mujer vendió un paquete de acciones de la entidad de un valor cercano al medio millón de euros. Otras personas del círculo próximo del ministro hicieron otro tanto. Poco horas después de estas operaciones, los títulos de Fortis se desfondaban en Bolsa. Ahora, lo que les quedaba a los belgas de aquel gran imperio financiero es francés, a través de BNP, aunque Bélgica diga que dispone de una minoría de control en el Consejo.
El caso es que a De Gucht le acusan de delito de iniciados. El lo niega, pero la revista que ha destapado el escándalo, la nederlandesa Humo, ha sido retirada de los kioskos por orden judicial.
Al ministro lo entrevistaron cuando estaba en el Congo de visita oficial por este asunto. Contestó, según la prensa belga, que él no había vendido nada; que quizás lo había hecho alguien de su familia, pero que él no estaba al corriente. El ministro dice guardar sus títulos de Fortis, de los que no se ha desprendido. Lo vendido por su mujer lo habría heredado ella de su madre.
Para el común de los belgas, la debacle de Fortis ha sido mucho más que un problema económico. El cuño de Fortis equivalía, en este país, a una especie de garantía incuestionable de seriedad, honradez y solvencia.
Pero resulta que altos ejecutivos de la entidad recibieron sumas millonarias en concepto de “paracaídas dorados”, después de cortas -y desastrosas- gestiones, siguiendo las prácticas generalizadas entre los ejecutivos de alto nivel, que cobraban muchísimo lo hicieran bien o mal.
Otro motivo para el desencanto de los belgas: el valor más seguro del país ha hecho aguas, y la mujer del ministro de Exteriores vendió sus titulos pocas horas antes de que se conociera una noticia que dio con el precio de las acciones de Fortis por los suelos. El disgusto está por las nubes. De Gucht responde la semana que viene ante el Parlamento, donde ha sido interpelado con motivo de este asunto.

lunes, 28 de julio de 2008

Delación Dos


No crean que me he olvidado de este blog. Llevo unas semanas bastante complicadas, y no he podido dedicarle el tiempo que se merece.

La noticia que daba lugar a mi Post “Delación” ha tenido muchas secuelas. Voy a contárselas.

En primer lugar, y como uno de mis atentos lectores se ha preocupado en precisar, ha habido reacciones dentro de la propia Flandes contra la iniciativa de Overijse. Mario Keulen, ministro flamenco del Interior, condenó la medida, juzgándola “medieval”. Inmediatamente fue criticado por otros políticos flamencos. Como Keulen es liberal, y quienes le criticaron militaban en las filas de la extrema derecha flamenca, o en el radicalizado movimiento socialcristiano del norte del país, cabe preguntarse si tras la reacción no había un puro y simple oportunismo político.

Verán, tanto da. Los idiomas, en Bélgica, no son sólo vehículos de comunicación de ideas y sentimientos, sino también instrumentos políticos para marcar diferencias. Llevo muchísimos años escuchando las muy buenas razones de los políticos que defienden en Bélgica una fórmula lingüística, o su contraria, y he llegado a la conclusión de que es un problema que no tiene solución. Este país nació con este problema. La buena fe que explicó el establecimiento de la frontera lingüística es hoy demasiado frecuentemente sustituida por una arrogancia de cortísimas miras, hija de la soberbia y la incompetencia a partes iguales. En el norte del país como en el sur, porque conviene saber que las primeras demandas de independencia las formularon los valones, no los flamencos.

Verdaderamente, esto es una pena. Bélgica, que es un país estupendo lleno de gente magnífica, culta, rica y creativa, se desgañita en peleas provincianas. Lo viene haciendo desde siempre. El norte se pasa la vida buscando la manera de afianzar una identidad distinta que la del sur, bajo la presión de un nacionalismo radical de derechas o de izquierdas, que no mata, pero que le hace la vida imposible a la gente. El “Walen Buiten”, (“Valones fuera”) con el que por la fuerza los extremistas flamencos quebraron la ley que permitía la existencia de una sección francófona en la Universidad de Lovaina, caída del lado flamenco de la frontera, es decir, de Leuven, está ahí, en la historia de los hechos acontecidos. Los historiadores nacionalistas flamencos se refieren a aquellos episodios como “los incidentes”, y pasan por encima de ellos sin levantar la alfombra, para que no se les alborote el polvo que hay debajo. Lo de los rótulos de Overijse es una manifestación más de una cultura de la exclusión por la vía de la afirmación única de lo propio. Hay otras: los bandos municipales de algunos ayuntamientos flamencos que exigen a los niños no hablar en francés en el recreo, las disposiciones municipales que impiden que el cable televisivo subterráneo dé tránsito a canales francófonos por territorio flamenco, y así.

Una de las discusiones más duras de estos días en la crisis política belga es la escisión del distrito electoral que forman Bruselas y los cantones de Hal y Vilvorde. Los flamencos, sobre todo los radicales coaligados con los socialcristianos, quieren a toda costa esa escisión, que consagraría el territorio flamenco impoluto y libre de cualquier tinte francés. Bueno, la frontera lingüística fue establecida en Bélgica para crear territorios lingüísticos homogéneos, en función de las necesidades de la gente. Pero no era una frontera estática, como la que separa a Francia de España. Podía cambiar, si lo que un día estaba del lado flamenco, al cabo de unos años merecía estar del lado francófono, porque la gente se expresara mayoritariamente en francés. El fiel de esa balanza eran las encuestas censales, en las que se incluía una pregunta muy concreta: “¿En qué idioma habla usted?”. El censo de 1947 fue el último que incluyó la pregunta. Con motivo del de 1960, 200 alcaldes flamencos exigieron que la pregunta de la lengua no fuera incluida en el censo y un ministro socialcristiano como el actual primer ministro, Arthur Gilson, se lo concedió. De manera que no hay forma hoy de saber cuánta gente hay en Hal, o en Vilvorde, hablando francés. Pero se presupone que es mucha.

domingo, 13 de julio de 2008

Delación


Supongo que ya saben que Bélgica está sumida en un desagradable debate político sobre el modelo de Estado. Hasta ahora, y desde 1993, es federal, pero los partidos políticos flamencos quieren evolucionar hacia un modelo confederal.
El factor diferenciador de las comunidades flamenca y valona es la lengua. Desde los años 60, el país está dividido por una frontera lingüística. Bruselas, que se encuentra en pleno territorio flamenco, tiene un estatuto bilingüe.
Pero la capital de Bélgica es muy dinámica, y la gente que la puebla se expande por los alrededores. El francés es una lengua de uso muy extendido entre la comunidad diplomática y funcionarial de Bruselas, lo mismo que el inglés o el alemán, de modo que no es infrecuente que personal internacional se termine asentando en comunas flamencas del entorno de Bruselas.
Una de ellas es Overidje, que se encuentra en las lindes del perímetro de la capital. Es una comuna flamenca. Como la gente que allí vive procede, en buena parte, de entornos diplomáticos, y el Ayuntamiento no quiere saber nada con las lenguas extranjeras, no se les ha ocurrido otra cosa a los regidores municipales que poner en marcha un mecanismo de delación, para que los vecinos denuncien a los tenderos que anuncien sus productos no ya en francés, sino en cualquiera otra lengua que no sea el flamenco.
El tal mecanismo es una dirección de correo electrónico bastante anónima (utiliza el servidor de Google). En ella, los vecinos celosos (¿paranoicos?) de su lengua, denuncian asus convecinos comerciantes que venden en otros idiomas que el de la tierra.
No sé cómo lo verán ustedes, pero a mí, estas cosas me parecen de otro tiempo, triste y que creía superado.

viernes, 6 de junio de 2008

Petróleo


Oigo hablar todos estos días de los acuerdos de Manchester sobre la fiscalidad del petróleo. A ellos se refieren todos los políticos que buscan justificaciones para no meter mano a la situación del crudo en los mercados internacionales. La verdad es que estoy sorprendido. Yo estuve allí, en Mánchester, en septiembre de 2005 y aquella no fue una reunión en la que se adoptaran decisiones formales. Era un Ecofin informal (una reunión de ministros de Economía y Finanzas en la que no se toman decisiones, porque esa formación del Consejo de la UE no tiene capacidad jurídica para adoptarlas), en la que sí se discutió del precio del crudo. Se reiteró allí la doctrina al uso en la UE desde los años 70, cuando los primeros ‘choques’ del petróleo. Nada nuevo: que los europeos tienen que pagar la energía que consumen. Con el producto caro y con impuestos. Es un modelo asumido en Europa que, sin embargo, no contemplaba, cuando lo inventaron, disparates como los que estamos presenciando en nuestros días: que los mercados de futuros tiren hacia arriba del precio del crudo, creando burbujas financieras que son el caldo ideal para los especuladores.
Todos estos años atrás, cuando el precio del petróleo se ha disparado, en Europa la Comisión y los ministros del Ecofin han hablado de la necesidad de dar transparencia a los mercados internacionales de crudo. A la hora de la verdad, las cosas siguen estando igual de oscuras.
Mientras tanto, del petróleo recaudan todos: los países productores, los especuladores y los gobiernos, que necesitan de la renta de los hidrocarburos para sacar recursos con los que atender a un gasto público siempre voraz y muchas veces acrecentado sin justificaciones claras.
La doctrina de los años 70 no debería ser inamovible: las circunstancias cambian y los políticos deberían tener cintura para adaptarse a ellas.
Les adjunto un tráfico de la OPEP, la Organización de Países Exportadores de Petróleo, que se me antoja revelador sobre las causas finales del precio del petróleo. Otro día, con más tiempo, les presentaré mis propios gráficos sobre el mismo asunto, que son incluso más espectaculares.

domingo, 18 de mayo de 2008

Intoxicación


Desde que los americanos se empeñaran en lo de la globalización, todo en este mundo es global: la contaminación, los pollos belgas con dioxina que se descubren un día en Flandes y al siguiente hay ni se sabe cuántas toneladas de ellos en Tarragona y las mentiras, puras intoxicaciones, que gracias a Internet viajan hasta los lugares más recónditos del planeta en un pis pas.
Tengo dos anécdotas que contarles, para que desconfíen de lo que llegue hasta ustedes a través de la dichosa Red global.
De la primera supe por mi buzón de correo electrónico hace ya unos años. Enterado de que estaba escribiendo esto, un amigo me cuenta que el bulo continúa activo aún estos días, pero bajo otro formato informático: como un fichero “Powerpoint”. Era la época de los escándalos alimentarios: las vacas locas, los pollos con dioxina y así. El mensaje, cuyo origen geográfico no pude identificar fehacientemente, ni siquiera empleando los útiles de rastreo al uso, daba cuenta de un drama acaecido en Bretaña: un ejecutivo se había hecho a la mar un fin de semana a bordo de su yate con unos amigos. En alta mar se puso enfermo y sus compañeros de escapada, entre los que estaba la novia,  pusieron rumbo a puerto, donde le esperaba una ambulancia. Todo fue en vano; el infortunado falleció camino del hospital. La autopsia que le fue practicada reveló que la causa de la muerte eran ciertas toxinas de rata halladas en las latas de cola que el fallecido había adquirido en un supermercado para el viaje. La investigación (todo aparecía detallado en el mensaje de correo electrónico),  había localizado el origen de las toxinas en un almacén de la cadena de logística del supermercado, donde había ratas que orinaban y defecaban en cualquier sitio, encima de las latas de bebidas, por ejemplo.
El tema me llamó la atención. Latas de cola venenosas, cómo decirles. El mensaje ofrecía un par de números de teléfono de París y el nombre de una publicación científica francesa, donde el caso había sido documentado. En los teléfonos no respondía nadie, de modo que me fui a la web de la revista, donde tuve que registrarme para entrar. Era un proceso lento porque la publicación reclamaba muchos datos. Ya dentro, introduje las referencias científicas del caso (también citadas en el correo electrónico) para recuperar el artículo en el que se detallaba el problema. No obtuve ningún retorno de la base de datos. Cambié los términos del francés al inglés y al latín (un idioma que sigue siendo lingua franca  en algunos ámbitos, como la pesca –para la denominación de especies- o la Medicina), con idénticos resultados. El artículo mencionado en el correo electrónico parecía no existir.
No me di por satisfecho y llamé por teléfono a la publicación. Este género de revistas no cuentan con plantilla fija; se nutren de colaboraciones y los que las ensamblan aparecen por la oficina de tanto en cuanto. Tardé 14 días en dar con alguien que respondiera. Me confirmó lo que ya temía: que aquella revista no había publicado jamás un artículo sobre el caso de un ejecutivo envenenado por heces de rata. Y que a ver qué me creía; que aquello era una casa seria… La mujer aquella se puso como una moto.
La segunda intoxicación resultó, si cabe, más espectacular y data de hace menos tiempo. Me la transmitió un conocido mío, funcionario de la Comisión europea pero no de la Dirección General de Agricultura. Era también un correo electrónico. Anunciaba que un cargamento de plátanos procedentes de Ecuador con destino al puerto de Amberes había sido confiscado en alta mar por autoridades sanitarias estadounidenses, después de cruzar el Canal de Panamá.  Existía evidencia de que la carga estaba contaminada con algo que se denomina la “bacteria come carne”. Otra vez el mensaje incluía gran profusión de detalles: un sitio web que explicaba lo que era la bacteria en cuestión y el teléfono del departamento de Microbiología de una universidad norteamericana, de donde había partido la alarma.
Fui a la web mencionada en el correo electrónico. Me recibió un mensaje: “lo que va usted a ver no es agradable; si ha llegado aquí por casualidad, no siga. La información gráfica contenida en esta web tiene propósitos científicos y puede repugnar”. Entré. Existe, por lo que allí se decía, una bactería que come la carne de quienes la contraen. A razón de hasta un centímetro diario. Es una enfermedad tropical rara. Las fotos eran espantosas.
Llamé a la universidad americana, por aquello de la verificación. Comprobé previamente el número por Internet; no fuera que llamara a saber quién sabe dónde. El teléfono comunicaba constantemente. Al cabo de dos días de intentos infructuosos obtuve respuesta. Un contestador automático me ladró al oído: “si usted llama por lo de la bacteria come carne y el cargamento de plátanos de Ecuador, sepa que se trata de un bulo. Este Departamento no tiene nada que ver con la operación mencionada. La bacteria en cuestión no sobrevive en los plátanos”.
¿De dónde salieron esos mensajes?. Mis rastreadores no lograron identificar sus orígenes. la traza se perdía en alguno de los grandes nodos de distribución de datos por Internet. ¿A quién servían?. Vaya usted a saber: desde luego, no a los fabricantes de latas de refrescos ni a Ecuador.
En la era de la información global, yo les he contado esto para se fíen ustedes de los periodistas y desconfíen de los mensajes. Aunque parezcan dignos de todo crédito, pues hay gente lista que crea apariencias para hacer creíbles grandes engaños.

domingo, 2 de marzo de 2008

Pinchos de Bombón


Bélgica tiene una serie de patentes de marca que la identifican por encima de la fronda política del reino, que es espesa como el chocolate.
Los responsables belgas del turismo suelen quejarse de que quienes aquí vienen se traen dos o tres ideas básicas del país, y que apenas hacen esfuerzos para trascenderlas. En lo de los bombones, a los turistas no les falta razón porque son magníficos. Media docena larga de grandes nombres con proyección mundial vienen proclamándolo a los cuatro vientos desde hace más de un siglo pero de un tiempo a esta parte, hacer plarinés artesanales se ha convertido en una salida personal para gente apasionada por esas pequeñas fantasías de cacao evolucionado y es una muestra de connaiseur presentarse en la casa de alguien con una caja de bombones de una marca no comercial, y contarles a los anfitriones la historia de quien los fabrica. Yo suelo apostar por los de una mujer que, abandonada pronto por el marido y con dos hijos a cuestas, se puso a elaborar bombones porque le gustaban y ha tenido un éxito arrollador. Perdido su comercio en una de esas callejuelas anónimas de Bruselas, apenas da abasto a una clientela que le es mucho más fiel que el cónyuge huido. Conozco también a otra mujer abandonada por el marido pero esta, en lugar de darle al chocolate, sirve comidas –ensaladas, cosas frías, sopas y algún otro plato caliente, todo sin grandes pretensiones- en el gran salón del otrora domicilio familiar. Contada así, la cosa no parece muy espectacular, pero es que hay que oírla cantando airas de opera mientras lleva los platos a las mesas.
Gente recia, estas mujeres belgas a los que los maridos abandonan…
Pues el caso es que el chocolate está otra vez de moda en Bélgica. Después de haber regado el mundo de tiendas Neuhaus, Godiva, Leónidas, Callebaut, Marcolini o Côte d’Or, las zonas turísticas de la ciudad están viendo abrirse escaparates que exhiben fuentes de chocolate líquido, con más capacidad adherente para la curiosidad de los viandantes que las tiras de papel atrapamoscas. En el interior, la gente escoge lo que quiere, se lo pesan (y pesan un demonio esas piezas, 3no sé qué le meten al chocolate), y allá se va el personal, a ver el Manneken Pis con un cucurucho que parece de castañas, pero que lleva dentro otras delicias.
Por cierto que las cajas de bombones son un invento belga. Empezaron a embalar el género así a comienzos del siglo pasado porque en los cucuruchos, los delicados pralinés se les aplastaban.
En España la cocina, antes de entregarse a las pastas y la pizza, que dan mucho más margen comercial que la merluza o el chuletón de Villagodio, está cultivando la cultura del pincho, escrito pintxo, que está rico y que no consume mucho género caro en la elaboración. Pues en Bélgica están con los pintxos de bombón. Marcolini, que fue hace poco más de 10 años campeón del mundo de pastelería y que antes de emanciparse trabajó en Wittamer, proveedora de la Casa Real, fundó su triunfo en el praliné de 8 gramos. Nada más que 8 gramos de aromas, perfumes, texturas y presencias sutiles.
A los grandes templos de la chocolatería belga se los reconoce enseguida por la cantidad de japoneses que atraen. Y eso que el producto no mana líquido de una fuente o una cascada artificial en sus escaparates, como sucede en las inmediaciones de la Grand Place. Pero con esto de que a los caprichosos neoyorquinos, los árabes del reloj de oro y los manirrotos de Tokio los pralinés belgas les van, la visita les resulta obligada a todos ellos cuando vienen a la metrópolis del bombón. Los árabes y los neoyorquinos van de pocos en pocos, o hasta solos y en pareja, de modo que pasan inadvertidos, pero los japoneses se presentan en manada, y con un guía al frente que enarbola un paraguas a guisa de ancla visual para que nadie del grupo se pierda y resultan la mar de aparentes. Además, compran un montón de cosas y se las van mostrando unos a otros entre parloteos incomprensibles mientras no pierden de vista al del paraguas. Se les nota mucho, pero tampoco les importa.
Hace pocas semanas abrieron un local de una de las grandes marcas belgas de chocolate en un enclave de lujo de la ciudad. Está al lado de un concesionario de Mercedes. El chocolatero tiene más clientes. Posiblemente por la variedad: es más difícil cambiar la serie de limusinas que darle otro rizo al penacho del praliné. Y eso que hay bomboneros belgas que se han aliado con floristas de reputación para crear series florales de sus productos. O con calígrafos japoneses para introducir motivos Kaori en sus creaciones. Si es que lo de las manadas y el paraguas tiene su explicación.
Por detrás gran chocolate belga de glamour está la producción artesanal de mi amiga del extrarradio, que todavía no atrae a japoneses, árabes o neoyorquinos.
Afortunadamente.

domingo, 13 de enero de 2008

De Tiendas


Europa se está construyendo una imagen de marca desesperantemente anodina. Excepto en el paisaje -y no siempre-, nuestras ciudades se parecen cada vez más unas a otras. Hace una veintena de años la Rue Neuve de Bruselas, una calle peatonal de compras, mostraba escaparates con personalidad propia y una oferta distinta que la ropa estándar y los zapatos chinos de marca europea que hoy inundan todos los espacios comerciales de nuestra Europa de los mercaderes. Recorrer estos días sus 600 metros se ha convertido en un ejercicio banal. Paseas por ella y encuentras poco más o menos lo mismo que en Preciados, o en Colón de Larreátegui. Hay más negros y árabes y menos bares en Bruselas, pero en conjunto es un déjà vue. Un salteado de franquicias. Aquí una tienda de teléfonos, allí una de ropa joven para ellas, cuarenta metros más adelante lo mismo pero esta vez para él, en medio una pizzería y al final un gran almacén con montones y montones de lo mismo. Y todo bajo una iluminación feroz que produce un horroroso dolor de cabeza, y que hace a la gente moverse como a impulsos de luz estroboscópica, llenando y vaciando tiendas a un ritmo de tsunami que, desde luego no por azar, reafirman unos altavoces distorsionados de los que no surge otra cosa que los alaridos de los infortunados arrastrados por la marea.
Hace una treintena larga de años compré una lámpara de techo en un comercio de Licenciado Poza. Estaba la lámpara –y está- compuesta por grandes y gruesas piezas de cristal tallado. Una de ellas se desprendió un día y cayó sobre una mesa, causando destrozos considerables. Había pasado una veintena de años pero un verano, de vuelta en Bilbao, me fui al comercio de Pozas, con la vaga esperanza de reponer la loseta. Me atendió un hombre de edad indefinida como el comercio quien, tras escucharme y sin alterarse un ápice, me dijo: “se trata de una lámpara de cristal alemán. Hice dos y me quedan tres cristales”. Se dio media vuelta y tiró de un cajetín de madera, de los muchos que cuadriculaban el muro a su espalda, y sacó las tres piezas en cuestión. “¿Cuántas quiere?. Las tres. ¿Está seguro?. No sabe usted cuánto”.
Aquel hombre había demostrado, con un minuto de atención al cliente y medio giro de cuerpo, un control sobre un cuarto de siglo de trabajo sencillamente estremecedor. Suelo pensar en él cuando los deberes forzosos de la vida me llevan a uno de esos comercios de franquicia, donde hay que sufrir a esas empleadas moninas con contrato de fin de semana, que han entrado en la tienda a las 10 de la mañana pero que se han levantado a las 5 para vestirse y acicalarse y que, medio dormidas, apenas aciertan a guiarse entre el género estrepitosamente iluminado por sus colores. Cuando la moda impone tonos sombríos, este género de profesionales de la venta suele perderse entre las estanterías y emerge otra vez a la vuelta de la temporada, con una sonrisa fucsia o mandarina en los labios.
Me digo que debe ser cosa del negocio de la luz esto del tiempo pasado que fue indudablemente mejor porque hace un par de semanas, llevado otra vez por la necesidad, tuve que adentrarme en esa Bruselas que se encuentra tan alejada del halógeno y las franquicias, nada fashion, en busca de pantallas para lámparas. Vine a dar con el comercio de Philippe, que está en la rue Blaes, a tiro de piedra de la Porte d’Hal, un vestigio soberbio e imponente de la vieja muralla que protegía el burgo bruselense antes de que la expansión urbana y la estabilidad vecinal aconsejaran derribarla. Construyeron sobre su planta una carretera de circunvalación, el peripherique, que satisface cien veces mejor que las viejas piedras el cometido de aislamiento del centro urbano. A ver quién se atreve a cruzarlo. Pues el caso es que Philippe tenía un operario limpiando, cristalito a cristalito, una de esas viejas arañas de cristal, que aquí llaman lustres porque refulgen (o deberían, de ahí lo de limpiarlas). No era una pieza excepcional y se lo hice notar: “Es mucho trabajo, sí, pero qué haríamos si no con esas lámparas?. ¿Tirarlas?. ¿Por qué, si son bonitas y traen recuerdos?”
De modo que Philippe, en la cosmopolita Bruselas, es otro gozoso registro de un pasado en el que el tiempo no transcurría a golpes de flash estroboscóbico y los comerciantes no atrapaban con explosiones de luz a los clientes, como su fueran polillas en la oscuridad  A mí, este ejemplar es el último que me queda porque el de Bilbao echó la persiana. Le hago notar a Philippe lo caro que es tener un operario brochando cristalitos y me dice que sí; que le asfixian las cargas sociales, los impuestos municipales y el de la Renta, y que está tentado de tirar la toalla. Lo dice bajito, de espaldas a su madre, una mujer entrada en años y carnes con mala circulación en las piernas que, sin embargo, es capaz de encontrar al otro extremo del comercio, entre un centenar de cachivaches, la pequeña pieza que falta en la vieja lámpara. Y de ofrecértela con la mejor de las sonrisas.
- Pues que le bajen a usted los impuestos, hombre; que le pongan un IVA reducido. A fin de cuentas, lo suyo es casi una función social…
- Parece que no conozca usted el percal.
- Sí, sí que lo conozco. Y le digo que por este camino nos vamos a quedar sin artesanos.
Los defensores de la modernidad a ultranza suelen alegar, cuando se suscitan sentimientos de pérdida, que pasado y presente terminan ofreciendo, en nuestra civilización, síntesis de gran provecho para la sociedad. Acaso se refieran a los zapatos made in China que los grandes distribuidores compran en Shangai o en Cantón a 8 euros (dato de la Comisión europea),  y que luego venden en los grandes centros comerciales de Occidente a 120. Es una diferencia de valor, esta, que da lustre a toda una enorme cadena de comercialización en la que caben la gerencia del centro comercial, el alquiler de la lonja, el canon de la franquicia, los sueldos de los empleados y el margen del detallista, además de los costos de transporte, almacenamiento y etiquetado. Y los impuestos.
Claro que al final te preguntas si lo que se vende no es un factor marginal y lo que cuenta es la cadena comercial, que lo mismo vende –o puede vender- zapatos que tiras de carne de perro en salazón, (por poner otra producción típica china, esta última más antigua) pero que, desde luego, no restaura lustres.
En Bruselas hay, por lo de los cajetines, una síntesis modernista del  comercio de Bilbao: un restaurante acondicionado en lo que una vez fue una enorme ferretería. Son tres plantas, quizás cuatro, con paredes de madera atiborradas de pequeños compartimentos que un día albergaron tornillos, tuercas, arandelas y todo género de quincallas. Se llama, claro, la Quincallerie. Un reloj enorme preside la estancia. Pero parece que, en él, el tiempo transcurra al menos cuatro veces más rápido que en la tienda de lámparas de Pozas.
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